Primer coche matriculado en Madrid

13 de febrero de 2013 0 Por Victor Carmona
Hoy os comento una curiosidad.

Tal dia como hoy, el 13 de febrero de 1902, un soleado jueves, hace por tanto 111 años, se matricula el primer coche de Madrid, propiedad del Marqués de Bolaños. Un hecho curioso y desconocido para la gran mayoría, que marcó la historia de la capital, coincidente con otro hecho histórico: la dimisión del Gobierno y las reuniones de Sagasta con la Reina Regente María Cristina.

Primer vehículo matriculado en Palma de Mallorca


Si bien es cierto que ya anteriormente circulaban vehículos a vapor y eléctricos, las primeras unidades de gasolina datan de alrededor de 1880. Como no llevaban matrícula, ni placa identificativa ni distintivo alguno, aparte de quedar impunes ante accidentes no hay constancia de dueños ni fechas. Fruto de la legislación, que se adaptó al hecho ya existente del automóvil, el primer vehículo matriculado en España fue mallorquín, el 31 de Octubre de 1900 y corresponde a un «Clément», propiedad de Josép Sureda, del barrio de Santa Catalina en Palma de Mallorca.

D. Luis María de los Angeles Felipe Escolástico Fernando José Ramón Mariano de la Trinidad Pérez de Guzmán y Nieulant (1885-1908), Caballero de la Orden de Santiago, Senador del Reino, Diputado a Cortes, Marqués de Bolaños (título nobiliario español creado el 12 de julio de 1886 durante la minoría de edad del Rey Alfonso XIII, siendo su madre María Cristina de Habsburgo Lorena, la Reina Regente) y conde de Nieulant, adquirió el primer vehículo que se matriculó en Madrid, un lujoso Renault, rojo con filetes azules y descapotable de 14 c.v. que alcanzaba unos inusuales 40 kilómetros por hora, cuyo precio rondaba las 17.000 pesetas (una cifra desorbitada para la época) inscribiéndolo en la Inspección de Carruajes del Ayuntamiento de Madrid, concediéndosele la matrícula «M-1».

Pero no lo utilizaba mucho, porque normalmente lo conducía su hijo primogénito, César José Luis Pérez de Guzmán y Spreca, que fue el inventor de un claxon (que patentó en España) que reutilizaba los gases sobrantes para que sonara una potente sirena.

El Renault y su propietario

César José Luis Pérez de Guzmán y Spreca participó en algunas competiciones organizadas para coches turistas. No todo el mundo se podía permitir el lujo de tener un automóvil y pagar 200 pesetas de licencia por él, más el dinero de las inscripciones de las carreras, el pago de los permisos y el costoso mantenimiento (consumía unos 30 litros cada 100 kilómetros). Un dineral que resentiría el bolsillo de cualquiera. En una de esas carreras se hizo con el bronce en la quinta categoría (coches de cuatro plazas con un chasis superior a 15.000 pesetas) y ganó una petaca que le regaló el duque de Santo Mauro, uno de los hombres más influyentes del momento. Esta afición le llevó a hacer kilómetros y kilómetros por las carreteras, buscando un lugar de vacaciones. De su llegada a Biarritz, donde pasó una Semana Santa con su familia, se hizo eco la prensa.

No sé si por esa vida tan «alocada» (me faltan datos) su padre le dio el título del marquesado a su segundo hijo, José Pérez de Guzmán y Spreca (1908-1959), autorizado mediante R.D. de 29 de junio de 1908.

Como dato curioso diré que durante muchos años, éste y los escasos siguientes vehículos que rodaron por la capital, compartiendo via con tranvías, bicicletas y carruajes de caballos, tenía que repostar en droguerías porque todavía no existían las gasolineras.

Aquéllos primeros automóviles, que provocaban un estruendo infernal a su paso, no terminaban de verse con buenos ojos y eran considerados peligrosos, a pesar de que el doctor Blanchett en 1902 aseguraba que conducir una media de 200 kilómetros diarios era recomendable para curar enfermedades.